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domingo, 21 de abril de 2013

TELEVISION Y SOCIEDAD

En noviembre de 1986, en el editorial del primer número de la revista TV-Grama, titulado “La Televisión Chilena”, consignábamos que “Uno de los mitos que existen en algunos sectores de nuestro país es que la televisión es mala y produce efectos perniciosos en la juventud”. Y agregábamos: “Afortunadamente, la realidad es muy distinta. La televisión, como todo avance tecnológico, tiene efectos positivos que no se dejan esperar si es bien utilizada. En este sentido, las cifras hablan por sí solas. Más del 90% de los hogares de Chile poseen un aparato de televisión. Y, lo que es más importante, no sólo ven programas de simple entretención, sino que se motivan por buenos espacios informativos y culturales. De hecho, algunas de las mejores audiencias se verifican en las horas de los noticiarios y de la franja cultural”.

Estos elogiosos comentarios eran motivados por las estaciones televisivas que nacieron de la estructura de concesiones que se originó en la década de 1960, con un canal estatal y varios en manos de las universidades. En buenas cuentas, en nuestra opinión, esta fórmula sui generis, con una estación estatal (que después se denominó y se definió como “pública”) y otras universitarias, conformó un sistema audiovisual para nuestro país de bastante calidad, tanto técnica como programática.

Cabe consignar que en aquellos años no existía un organismo que controlara los contenidos de la televisión, ni tampoco de la radio. Sólo imperaba la Subsecretaría de Telecomunicaciones, dependiente del Ministerio de Obras Públicas y Transportes, que supervisaba el cumplimiento de las normas técnicas. Sin duda, la autorregulación era efectiva, dados los propietarios de las empresas audiovisuales, agregándose idóneos ejecutivos máximos, cuya ética se daba por descontada; fue emblemática la presencia de don Eleodoro Rodríguez, como director ejecutivo de Canal 13, que combinaba la eficiencia técnica (era ingeniero eléctrico propietario de una tienda de su especialidad) con una notable habilidad en materias programáticas, y que contaba con la confianza de la Iglesia y la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Entreparéntesis, también cabe recordar que los países europeos, en la mayor parte del siglo pasado, tampoco tenían televisión privada, ni radios de particulares. Como medidas de seguridad nacional, a raíz de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, todo el broadcasting estaba en manos del Estado o de comunidades locales. Sólo hacia fines del siglo se privatizaron –por ejemplo, en España, Italia y Francia– algunas estaciones televisivas, pero manteniendo con mucha fuerza los canales estatales. En aquellos años, constatamos que las entidades audiovisuales públicas contenían programación con alto contenido sexual, que en nuestro país ni siquiera hubiera sido permitida en cine para mayores de 21 años.

En cambio en Norteamérica las cadenas de televisión desde un inicio fueron privadas (CBS, NBC y ABC), como continuadores de las correspondientes entidades radiales. Sin embargo, sus programas siempre fueron cuidadosos de la moral y las buenas costumbres, por convicción propia (autorregulación) y por supervisión de organismos gubernamentales. Sí, al igual que otros medios de comunicación, están sujetas a un fuerte control antimonopolio.

En esta materia, en Chile –y en todo el mundo– ha corrido mucha agua bajo los puentes. Ya es un hecho de la causa la multiplicidad de canales especializados por cable (VTR) y satelital (DirecTV), así como las incursiones privadas en la televisión de libre recepción, estando ad portas la compra de dos tercios de Canal 13 por la familia Luksic (controladora, entre otras empresas, del Banco de Chile) y la adquisición de Chilevisión (actualmente del presidente Piñera) por Bethia, que es propiedad de una rama Solari Falabella. A la vuelta de la esquina está la implementación de la televisión digital, que posibilita una imagen de alta resolución, pero también más señales y, por ende, una explosión de espacios más segmentados.

Ante este mare magnum, curiosamente el camino correcto es complejo, pero a la vez nítido: Fomentar una competencia dinámica y efectuar un control adecuado de contenidos. La competencia se logra con una legislación que promueva múltiples emprendimientos, en particular con la normativa de las nuevas frecuencias digitales, y con un accionar eficaz de la Subsecretaría de Telecomunicaciones, del Tribunal de la Libre Competencia y de la Fiscalía Nacional Económica, que eviten monopolios u oligopolios. El Consejo Nacional de Televisión, a su vez, debe incentivar los programas positivos y valóricos, sean informativos, culturales o de simple entretención, supervisando que no se cometan excesos en los contenidos, en términos de no transgredir la moral y las buenas costumbres imperantes en la sociedad, en especial para proteger la sana formación de niños y jóvenes.

Juan Ignacio Oto
Director de PUBLIMARK

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